Y he notado dos cosas:
- No obtenemos ningún resultado. Después de varios NOs, tenemos que cogerle y alejarle de la situación.
- Ya desde tan pequeño, todo lo que está prohibido parece fascinarle (¿será algo propio del ser humano?): si es NO, Oliver quiere convertirlo en SÍ.
Ayer pensaba que quizás esto funcione también para el NO.
Si en lugar de decir que NO, le mostramos (cuando es posible) las consecuencias, poco a poco entenderá que el NO tiene una razón — que a menudo es mantenerle vivo. Quizás, si en lugar de prohibirle que se levante agarrándose al cubo del agua lleno, le decimos que el cubo puede darse la vuelta, pero dejamos que lo haga, se moje entero y se lleve un pequeño susto… ¿volverá a hacerlo? No lo sé. Creo que depende de cada niño, de la situación, de cuánto se divierte en mojarse todo — hay demasiadas variables para poder imaginar lo que pasaría, pero vale la pena intentarlo. Y tal vez si lo repite podamos mostrarle una alternativa, como empujar el cubo del agua lleno para llevarlo a otro sitio).
Todo esto — con una rara telaraña de pensamientos, de la que mi blog coge su nombre — me hizo pensare en una de mis frase favoritas de Maria Montessori:
Si no le das un vaso de cristal a tu bebé por miedo que lo rompa, es porque valoras más el vaso que el aprendizaje.
¿Cuál es vuestra opinión y vuestra experiencia en este tema?
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